Mi padre se tropezó en una zanja de una obra, de las que abundan por Madrid, esta se localizaba en el Paseo de Yeserías, íbamos de mi casa al Estadio Vicente Calderón. Íbamos a un partido del "atleti", contra el Cádiz. Hacía un frío que pelaba, mi madre nos había embutido en el abrigo con el gorro típico de la época. Mi padre iba con las manos en los bolsillos, y no le dio tiempo a sacarlas, por lo que cayó de bruces en el suelo. Lo peor no fue el golpe, lo malo fue que se le rompieron las gafas. No nos daba tiempo a volver a casa, nos perderíamos el comienzo, y prefirió que sus hijos viesen el partido entero antes que verlo todos empezado.
El partido, bien gracias, perdió el atleti, 0-1. Lo peor, muy en el estilo pupas, es que mientras el Cádiz celebraba el gol en su campo, el Negro Cabrera sacó de centro, se fue solo hacia la portería, y a puerta vacía, desde fuera del área, falló el gol. Pero así es el atleti.
A mi padre se lo contamos, pero no se lo creía, el pobre no veía nada y había que narrárselo.
Cuando salimos, por los pasillos del campo, no había gritos, ni de alegría ni de rabia, como siempre resignación. Fuera del campo, ya en el Paseo de los melancólicos, nos dimos cuenta que Alo, el menor de los hermanos, no iba con nosotros. Se había perdido.
Mi padre sin gafas, con dos niños de menos de 8 años y otro perdido entre la muchedumbre. Recuerdo el agobio de mi padre, buscamos hasta que no hubo nadie por la calle. Volvimos a casa desolados, pero deprisa para llamar por teléfono a la policía, un niño se había perdido. Cuando llegamos y antes de que mi padre terminase de balbucear la perdida, apareció por detrás de mi madre el niño, ya bañadito y con el pijamita de señor con el que nos vestían. Todo volvía a su ser, tres hermanos y dos hermanas.
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