Cuando entramos en la habitación había tres avispas de cuatro centímetros de largo. Los tres nos pusimos nerviosos, pero al ver que entraban más por la chimenea, comenzó al pánico. Realmente daban miedo, aunque cazarlas era más fácil que a las pequeñas, su picadura debía ser más peligrosa.
Yo había tapado la entrada al avispero hacía dos días y las que quedaron fuera estaban buscando como locas otra entrada para poder alimentar a sus crías.
Notamos su mirada amenazante, salimos y cerramos la puerta.
Cuando llegó el profesional para desinfectar la casa, vio que el avispero era enorme, producía un ruido amenazador, como si notase el peligro. Nosotros nos fuimos de la casa, no volveríamos hasta cuatro horas después, como nos había indicado el operario.
El cuerpo estaba allí sepultado en un montón de avispas que en sus últimos segundos de vida habían atacado y vencido al pobre hombre.
Menos mal, ya no teníamos avispero.
687 - La cascada de "entonces..."
Hace 1 semana
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