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Vikingos

Corría el año del señor de 1055, yo tenía 12 años y nuestro rey era Edward hijo de Ethelred, el indeciso. Los sajones estábamos cercados por otros pueblos, aunque convivíamos en paz. Las razas se habían mezclado en toda la Britania, pero nuestro pueblo había decidido hacía varios siglos no mezclar la sangre, por lo que todos eramos sajones de raza pura.

Cuando aparecieron los vikingos mi madre y el resto de mujeres comenzaron a gritar, eso alerto a los hombres, entre ellos mi padre. Mi padre era respetado por el resto de familias y en ese momento de tensión surgió como jefe con total naturalidad, el dio las ordenes y los demás las siguieron.

Las ordenes fueron intentar contener el asalto agua adentro, intentarían que aquellos bárbaros no pusiesen pie en tierra. Así que subieron a los barcos y e hicieron a la mar. Cuando estaban a pocas brazas de los asaltantes y el nerviosismo nos apoderaba a todos, los vikingos dieron media vuelta y huyeron. En ese momento hubo una gran ovación. Yo estaba orgulloso, la pequeña armada dirigida por mi padre saldría vencedora. A los pocos minutos los barcos habían desaparecido del horizonte. Una hora más tarde empezaron los nervios, ya que en esos momentos eramos un pueblecito con ciertas riquezas y ningún hombre que las defendiera.

El pánico comenzó cuando se vio en el horizonte, por el lado contrario de donde habían desaparecido los vikingos y nuestra armada, dos barquitos pequeños pero, con bandera vikinga. Según se fueron acercando los fuimos distinguiendo. Unos veinticinco chavales por cada barco, unos cincuenta en total.

Nosotros eramos unos cien niños y unas treinta mujeres. Todos luchamos, la batalla: encarnizada. Cuando cayó la noche todos los barbudos habían muerto, de nosotros seguíamos con vida veintiocho niños y quince mujeres. Todo sangre, todo tensión. Les cortamos las cabezas y las apilamos. Que los que lo intentasen de nuevo supiesen con quien se la jugaban, con nosotros los sajones.

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