header-photo

Zombis

Teníamos dieciocho años y toda la vida por delante. Eso nos hacía ser mas inconscientes de lo que hubiera sido aconsejable. Ese finde no teníamos el coche de mi padre. Estaban arreglándole el capó, el no lo sabía pero lo habíamos abollado nosotros, haciendo "surf" sobre el capó a treinta kilómetros por hora.

Recorrimos el camino hacia el pueblo cantando canciones de Loquillo, del Springteen y de los Dire. La tarde fue divertida, bebimos y nos reímos. A las doce comenzamos el camino de regreso. Por aquel entonces era casi mas divertido el camino que la propia juerga. Volvimos a cantar las mismas canciones. Repitiendo los gazapos en inglés o no inglés de alguno. "... aquí en la ladera del tirundayo ...". Se nos acabó el repertorio antes de lo normal. Después de unos segundos de silencio, a mi hermano menor se le ocurrió: ¿hacemos los zombis?

Nos escondimos en el trigal, agachados, en la oscuridad de la noche y el trigo en Mayo, era imposible vernos ni a un par de metros. Esperamos a que pasara el primer coche, en el sentido hacia Madrid. Allí estaba, vimos los faros, iría a unos 80 km/h. Estaba a unos 20 metros salimos de nuestro escondrijo, salimos con las cabezas ocultas debajo del jersey, como si no tuviésemos, salimos despacio, sin aspavientos, tres de un lado y dos del otro lado de la carretera. Al pasar junto a nosotros ya iban chirriando las ruedas. En cuanto nos sobrepasó salimos corriendo unos treinta metros hacia la inmensidad del trigal manchego.

Cuando el coche hubo parado, se bajo del coche un tío enorme, cuadrado, calvo de unos cuarenta años. Tardó unos segundos en salir, recuperandose del susto y dándose cuenta que todo era una gamberrada de unos chiquillos, no tan chiquillos. Salió con una escopeta. Eso no estaba planeado. Estaba un poco desorientado ya que nos estaba buscando muy lejos, muy cerca de su coche, el no podía vernos, pero nosotros a el si.

Aun sin podernos ver, cargó el arma y disparó, el primo Luis se puso a llorar, nosotros oíamos el llanto, pero el hombre no. Le susurrábamos "aguanta Luis, aguanta". Disparó dos veces, se lo pensó mejor y se fue.

Luis había manchado los pantalones y los demás no nos reímos, no era el momento, al día siguiente si y desde entonces fue el cagueta.

No hay comentarios: